Carta Pastoral.
Carta Pastoral Colectiva del Episcopado Guatemalteco
con ocasión de la Canonización
del Beato Hermano Pedro de San José Betancur
y TERCERA Visita Apostólica
de SU SANTIDAD EL Papa Juan Pablo II a Guatemala
"ANDA Y HAZ TÚ LO MISMO"
(Lc 10, 37)
GUATEMALA DE LA ASUNCIÓN
2 DE JUNIO DE 2002
EN LA CELEBRACIÓN DE LA SOLEMNIDAD
DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO.
INDICE
INTRODUCCIÓN
¿QUÉ NOS PREPARAMOS A VIVIR EN GUATEMALA?
PRIMERA PARTE
¿CUÁL ES LA REALIDAD DE GUATEMALA HOY?
Mirada a la realidad social.
Algunas urgencias de la realidad.
Mirada a la realidad eclesial y religiosa del pueblo guatemalteco.
Profundizar la verdad del Evangelio.
SEGUNDA PARTE
¿QUÉ EJEMPLO NOS HA HEREDADO EL HERMANO PEDRO?
La Canonización del Hermano Pedro especial ocasión de encuentro con Jesucristo vivo.
El ejemplo del Hermano Pedro en nuestra historia:
Un mensajero del amor de Dios en América.
La sabiduría de un hombre sencillo.
El gusto por la oración.
Peregrino y contemplativo.
Un laico, fundador de una orden religiosa
Legado espiritual de la vida y obra del Hermano Pedro.
Camino espiritual.
1º.- La adoración del misterio del Verbo Encarnado.
2º.- La meditación constante de la Pasión de Cristo.
3º.- El amor y la veneración al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
4º.- El amor a la Madre de Dios y la devoción del santo rosario.
5º.- La práctica de la mortificación, la penitencia y el ayuno.
Camino misericordioso.
El amor a los pobres.
La solidaridad.
Camino profético.
Voz profética del Hermano Pedro de su tiempo hasta hoy.
Actitudes pastorales ante la situación de pecado.
TERCERA PARTE
¿QUÉ NOS PIDE HOY EL HERMANO PEDRO?
Una propuesta de santidad para nuestros días.
¿Quiénes son los pobres que el Hermano Pedro reconocería hoy en nuestra sociedad?
Nuestra devoción al Hermano Pedro de San José Betancur y los santos de la Iglesia.
El valor ecuménico de la vida y obra del Hermano Pedro.
El valor ético universal de la solidaridad del Hermano Pedro.
PROPUESTAS DE ACCIÓN
¿CÓMO VIVIR ESTOS GRANDES ACONTECIMIENTOS?
Preparación personal.
El camino de la conversión.
El camino de la reconciliación.
Preparación eclesial.
Preparación con los medios más adecuados:
Palabra de Dios.
Oración.
Liturgia.
Penitencia.
D) Prepararnos conociendo la vida y espiritualidad del Hermano Pedro.
A las puertas del Gran Año Misionero.
Introducción
¿QUÉ NOS PREPARAMOS A VIVIR EN GUATEMALA?
1. La próxima canonización del Hermano Pedro de San José Betancur nos une a todos con alegría en un gran acontecimiento de acción de gracias. La vida y la acción de este hombre de fe, reconocida ahora por toda la Iglesia, nos muestran la grandeza del misterio de Dios que actúa en los corazones de sus fieles que se dejan transformar por su amor.
Nuestra Iglesia de Guatemala celebra con gozo el triunfo de Cristo resucitado, presente en quienes han sido fieles a la Palabra de Dios toda su vida. En el Hermano Pedro, que sembró de paz los caminos con su vida sencilla y sus obras llenas de misericordia sirviendo a los más pobres, reconocemos cómo la santidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, se prolonga en aquellos que buscan el bien, sirviendo con rectitud de corazón a sus hermanos más pequeños.
Queremos que todo el pueblo pueda vivir y compartir este tiempo de gracia. Que en todos los hogares guatemaltecos pueda resonar la campanilla discreta que despierta nuestras conciencias al don de la conversión que nos mantenga atentos al paso del Señor.
2. De modo especial queremos reconocer que este memorable acontecimiento nos permite encontrarnos con el Sucesor de Pedro en nuestra tierra, Guatemala tiene el privilegio de recibir una vez más al Papa Juan Pablo II. La alegría de este nuevo encuentro nos permite revivir con gratitud las dos visitas anteriores:
En 1983, en efecto, llegó el sucesor de Pedro por primera vez a nuestra tierra en medio de una gran crisis social y política; eran los años inmisericordes del conflicto armado interno. Nos trajo el mensaje del consuelo y la fortaleza cristiana; nos invitó a vivir las exigencias de la fe y del amor hasta las últimas consecuencias. Nos urgió a todos a superar el divorcio entre fe y vida.
En 1996, con ocasión del IV Centenario de la venerada imagen del Santo Cristo de Esquipulas, quiso igualmente el Papa Juan Pablo II venir a Guatemala. Fue un momento privilegiado para compartir nuestra profunda religiosidad. Reconoció la fortaleza de los catequistas laicos y agentes de pastoral que dieron su vida al servicio de la causa del Evangelio. Ante la imagen del Crucificado nos animó a permanecer firmes en la fe, a salir al encuentro del hermano, a trabajar por la paz y la justicia como camino de reconciliación entre todos.
3. Esta es la tercera Visita del Papa Juan Pablo II a nuestra tierra. Un momento de esperanza y comunión eclesial, un encuentro fecundo de fraternidad y comunión, por el que nos sentimos nuevamente confirmados en la fe (cfr. Lc 22, 32).
En esta ocasión, el Papa Juan Pablo II viene con un objetivo muy concreto, la canonización del Hermano Pedro de San José Betancur; su presencia entre nosotros es un don y una responsabilidad, pues nos permite compartir a los ojos del mundo cómo es nuestra Iglesia, cómo viven nuestras comunidades cristianas, cómo trabajamos por el anuncio del Evangelio.
Normalmente, las canonizaciones se realizan en Roma. Tradicionalmente la imagen de los siervos de Dios que han de ser canonizados se coloca en la gran plaza de la basílica de San Pedro del Vaticano; en una singular celebración abierta a los ojos del mundo. En esta ocasión, en cambio, tenemos la dicha de que el primer santo guatemalteco sea proclamado en esta tierra bella donde sirvió a Dios, donde lo reconoció vivo y presente en los humildes y los pobres.
4. Recibimos a Su Santidad Juan Pablo II, con los brazos abiertos, disponibles a su palabra, a su mensaje, que no es otro que la Palabra siempre viva y eficaz del Evangelio de Jesucristo, que él ha llevado firme y decididamente por todos los continentes del mundo. Acogemos su rico y fecundo magisterio, sus exigentes encíclicas sociales, su preocupación por la vida, los derechos humanos y la paz del mundo. Recibimos también sus preocupaciones de hoy por construir en el mundo una convivencia familiar y social que se fundamente en el respeto a la dignidad de la persona humana, el diálogo interreligioso por la paz y el sentido de humanidad que siempre ha mostrado al condenar la violencia, la guerra, el racismo, la discriminación, el abuso y explotación de menores, el narcotráfico y toda manipulación de la conciencia y la vida de los indefensos.
5. La Iglesia, al reconocer y proclamar santas y santos propone en todo tiempo y lugar modelos de camino para el pueblo de Dios; ejemplos plenamente humanos que han hecho vida los valores y virtudes, que dan sentido verdadero a su ser de bautizados. Ellos aceptaron la ley de las bienaventuranzas como la norma de su vida (Mt 5 – 7). En ellos percibimos cómo el amor a Dios actúa con abundancia en cada ser humano. Al mismo tiempo la Iglesia nos invita a salir a las calles y caminos del mundo, los mismos que hoy hubiera recorrido el Hermano Pedro de San José Betancur con los pies descalzos, y la Iglesia como verdadera Madre y Maestra nos indica lo mismo que Jesús a aquel hombre del evangelio: ¡Anda y haz tú lo mismo! (Lc 10, 37).
6. A la luz de estos acontecimientos los Obispos de Guatemala queremos ofrecer al Pueblo de Dios este mensaje, para compartir con todos la buena noticia de la canonización del Hermano Pedro. En la primera parte señalamos los problemas y las esperanzas del pueblo de Guatemala y de la Iglesia. En un segundo momento presentamos el rico ejemplo y mensaje que nos ha dejado el Hermano Pedro, y nos preguntamos qué nos pide el Hermano Pedro hoy. Al final damos algunas indicaciones prácticas para prepararnos a vivir con fruto este tiempo de gracia.
La misión de la Iglesia es el anuncio del Evangelio a todos los pueblos (Mt 28, 16-20). A lo largo de la historia y en los más diversos rincones, lugares, y pueblos del mundo, la semilla de la buena nueva ha dado frutos de santidad. El don del Espíritu de Pentecostés se ha hecho fecundo en innumerables corazones que han respondido con generosidad a la voz del Señor; en no pocos casos hasta derramando su sangre por la causa del evangelio y los valores del Reino de Dios.
Estos frutos recogidos en la vida de la Iglesia, son los santos; las personas que han respondido a Dios con su vida entera; aquellos que han vivido plenamente abiertos a la verdad de Dios. Hoy nos alegramos con rendido agradecimiento, al reconocer que Dios ha obrado maravillas en la vida y obra del Hermano Pedro de San José Betancur.
¡Alégremonos, hermanos y hermanas, en el Señor Jesús, que hace resplandecer su Iglesia con el ejemplo de los santos! ¡Demos gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Dios de la vida y Padre de los pobres, rico en misericordia y Dios de todo consuelo, que nos bendice con tan admirable don!
PRIMERA PARTE
¿CUÁL ES LA REALIDAD DE GUATEMALA HOY?
7. La Canonización del Hermano Pedro de San José Betancur y la visita del Papa Juan Pablo II constituyen una llamada que nos anima a mirar con realismo y esperanza nuestra realidad. Ambos acontecimientos iluminan hechos y situaciones que dejan al descubierto nuestros esfuerzos, pero también nuestros errores y pecados, la falta de reflexión, las incoherencias que como ciudadanos y cristianos vivimos, sin tomar conciencia que la práctica del Evangelio implica exigencias sociales y humanas sumamente graves.
La Iglesia y la sociedad que Juan Pablo II encontrará en Guatemala, no son fáciles de describir, pero delatan luces y sombras que debemos de tener presente en este momento de gracia para el pueblo guatemalteco. Queremos manifestar que analizamos esta realidad desde nuestra fe, como lo ha hecho el mismo Juan Pablo II con su rico magisterio.
8. Mirada a la realidad social: En Guatemala existen grandes riquezas y potencialidades que percibimos como luces:
Existe mayor conciencia del reclamo y ejercicio de la justicia y solidaridad;
Existe igualmente, mayor conciencia de los derechos humanos y el valor de la persona.
Se aprecia un inextinguible espíritu de sobrevivencia ante las duras realidades cotidianas.
Se reafirman la dignidad de las culturas indígenas, el fortalecimiento de la sociedad civil y el régimen de legalidad.
Crece la preocupación por el bien común y la viva conciencia en el reclamo de una gestión pública transparente.
Se incrementa el número de los que buscan la libertad, combaten la corrupción, defienden los derechos y viven con honestidad.
Sin embargo, comprobamos también la existencia de sombras, de grandes obstáculos que impiden una auténtica reconciliación nacional que haga posible la paz, fundada en el respeto a la dignidad humana, la justicia, y la solidaridad. Más aún, las barreras que a veces nos dividen y enfrentan, ciegan nuestros ojos ante el hermano y tapan nuestros oídos para escucharlo haciendo imposible el diálogo. La palabra se hace ofensiva y a la postre, se desorientan nuestros pasos y paralizan nuestras manos para hacer del bien común una tarea de todos.
9. Los Acuerdos de Paz, cuya puesta en práctica atraviesa tantas dificultades y contradicciones, son aún tarea pendiente. Reconocemos que el sentido profundo de tales acuerdos no ha sido asumido por los guatemaltecos y por lo mismo no han pasado de la letra al corazón. Todo esto denuncia tremendas fallas en nuestras instituciones, pero también la vulnerabilidad a la que se ve sometida la conciencia de cada ciudadano ante la alternativa de escoger el bien de todos o favorecerse de las circunstancias que le puedan permitir fortalecer sus privilegios, aún de forma ilícita o utilizando los poderes públicos y la administración de la justicia para entorpecer los caminos de la paz y la reconciliación.
Esto es muy grave y lo denunciamos con firmeza. El logro de la paz no puede caer en el vacío por ausencia de diálogo, por el permanente enfrentamiento o la pérdida del sentido de humanidad que nos empobrece a todos. Condenamos el asesinato, la corrupción, la injusticia, el robo o la depredación del patrimonio nacional. Son igualmente condenables el engaño y la manipulación de las personas que depositaron su confianza en los representantes del pueblo, no se puede callar ante las injusticias y el atropello de los inocentes. No se puede quitar la vida a los pobres con la falta de conciencia social, con el egoísmo y la indiferencia ante el hambre y la miseria de quienes han perdido su trabajo, y no cuentan con los indispensables medios de subsistencia para permitir que su familia viva dignamente.
10. Algunas urgencias de la realidad. Quisiéramos detenernos en algunos puntos fundamentales de nuestra vida nacional:
En correspondencia con los Acuerdos de Paz, es urgente atender por todos los medios la imperiosa necesidad de una mejor administración de la vida pública y de los servicios sociales con honestidad, honradez y profesionalidad, asignando los limitados recursos con transparencia, donde públicamente se verifique el respeto de los políticos a la nación antes que a intereses partidarios, o al afán de enriquecimiento ilícito a costa de la vida de los más pobres.
Igualmente, es urgente una más equilibrada y equitativa ejecución de los programas públicos y privados de producción de riqueza: Como cristianos sabemos que no se puede servir a dos Señores: a Dios y al dinero (cfr. Mc 6, 24; Lc 16, 13). Es decir, no se puede en la Guatemala actual tener una mente y un corazón fundados en el puro afán egoísta de ganancia económica con detrimento de los valores morales que deben regular la economía. En ningún momento podemos olvidar que junto al inviolable respeto a la propiedad privada debe siempre concurrir la conciencia del destino universal de los bienes.
La falta de libertad, el acoso y el control de las organizaciones civiles en pro de los derechos humanos, son un signo de la vulnerabilidad del Estado de Derecho, y la fragilidad de la justicia. El ciudadano común sigue experimentando graves dificultades en la administración eficaz y rápida de la justicia; se da todavía la amenaza y el chantaje que provocan el miedo que bloquea la participación. Al mismo tiempo, se siente totalmente desprotegido ante los grupos delincuenciales, el crimen organizado y la negligencia e incapacidad de las autoridades. Nos preocupa la actuación de grupos que actúan con impunidad al margen del Estado de Derecho y que se dedican a la "limpieza social" poniéndose por encima de la ley, carentes totalmente del mínimo sentido de humanidad.
Es innegable el incremento del flagelo de la pobreza en Guatemala. Sabemos que no es sólo un problema de nuestro país, y que la resolución del mismo tiene variables que no se pueden controlar internamente, como son el peso de la deuda externa, los procesos neoliberales que se imponen y la globalización mundial en acto, promovida en clave puramente economicista.
Las migraciones del campo a la ciudad o del país hacia el exterior constituyen una emergencia social sumamente grave. Hay muchos hombres y mujeres sin trabajo. A todos ellos les asiste el derecho de buscar condiciones de vida más dignas para su familia. Esta realidad denuncia los grandes desequilibrios mundiales y locales en la distribución de la riqueza, pero a la vez agrava de forma alarmante la pérdida de los valores familiares y comunitarios, tan esenciales a la cultura de los pueblos. Como otros nuestro país corre el riesgo de hipotecar el sentido de humanidad y nuestro rico patrimonio cultural en razón de la carrera desenfrenada que permite sólo a pocos las mejores oportunidades de vida.
Uno de los temas que causa mayor conflicto en la sociedad guatemalteca es el relacionado con la tenencia, uso y usufructo de la tierra. En años pasados hemos denunciado con datos muy concretos las injusticias que se siguen de un problema no resuelto y siempre postergado. Sin embargo, valoramos como positivo el que se busque poner las bases para un amplio debate nacional sobre el modelo económico más viable para nuestra sociedad, en relación directa con un proyecto de desarrollo rural de cara a generar los bienes necesarios para que todos por igual, y especialmente los campesinos puedan satisfacer sus necesidades básicas y alcancen un nivel de vida digno y estable.
También es urgente afrontar el reto de la solidaridad afectiva y efectiva hacia los más pobres; pobres que en ámbitos amplios de nuestra realidad pasan a engrosar el número de los excluidos, que no cuentan para nada. La falta de atención sanitaria, el alto índice de analfabetismo, el drama de la desigualdad agraria y, últimamente el empobrecimiento de muchas familias del campo –agricultores, trabajadores e incluso pequeños y medianos empresarios- causado por la pérdida del valor de los cultivos tradicionales, son problemas que trascienden lo económico y denotan gran pérdida de sensibilidad humana, signo de la división entre fe y vida que ya denunciara el Papa Juan Pablo II, en su primera visita pastoral a Guatemala en 1983.
11. Mirada a la realidad eclesial y religiosa del pueblo guatemalteco. Reconocemos como distintivo del pueblo guatemalteco su profundo espíritu religioso. Hay hechos muy alentadores que nos animan a recibir la invitación del Señor "rema mar adentro, y echa las redes para pescar" (Lc 5, 4):
Por una parte, la fe católica sigue progresando en el compromiso de la Nueva Evangelización que implica el anuncio del Evangelio y la propuesta moral de ser consecuentes con lo que decimos creer. En muchos lugares surgen vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa, al compromiso laical, y el trabajo de miles y miles de catequistas se hace más notorio al iniciar el Tercer Milenio; hay muchos laicos, adultos y niños, jóvenes y ancianos que quieren ser misioneros. Creemos que es un signo de esperanza, pero también un fruto del martirio, de la entrega fiel de muchos hermanos a su misión evangelizadora. Testimonio que el mismo Papa Juan Pablo II reconoció con agradecimiento en su segunda visita a nuestra Iglesia guatemalteca en 1996. En aquella ocasión nos pidió encarecidamente hacer memoria de nuestros mártires.
Creemos que en el amanecer del tercer milenio y a través del testimonio de muchos cristianos, especialmente laicos comprometidos, nos espera un crecimiento esperanzador de las comunidades diocesanas y parroquiales de nuestra iglesia, pues la Palabra de Dios y la perseverancia en la fe han prosperado aún en tiempos de dificultad (cfr. Hch 8, 1-4).
Con todo, como cristianos, y especialmente como católicos, estamos llamados a vivir la esperanza que no decae, pues se funda en Cristo (cfr. Ef 1, 12; Heb 11, 1); como nos recuerda el apóstol San Pablo, estamos llamados a examinarlo todo y quedarnos con lo bueno (cfr. 1Tes 5, 19). La Iglesia reconoce en este esfuerzo un camino de discernimiento en los distintos procesos pastorales que estamos emprendiendo, que se fundamentan en la comunión y participación de todos según los carismas de cada uno (cfr. Ef 4, 7). Tenemos que estar atentos para que en la Iglesia no se margine a nadie y todos se puedan sentir plenamente miembros de la misma comunidad. Una iglesia viva necesita actitudes nuevas en el ejercicio de la autoridad, la comunión y el servicio. Que como los primeros cristianos tengamos un mismo pensar y un mismo sentir (1Cor 1, 10; cfr. Hch 2, 42-44).
12. Ahora bien, como Iglesia en camino hemos de recordar y afrontar límites en nuestra respuesta de fe cristiana: a) Falta un compromiso cristiano más auténtico y encarnado para transformar aquellas realidades que se apartan del proyecto del Reino de Dios. b) La realidad sociológica anteriormente descrita ha provocado consecuencias muy negativas en la fe de algunos guatemaltecos. La pobreza ha multiplicado las dependencias; los pobres se han visto víctimas de muchas ofertas religiosas, y las necesidades inmediatas de la vida han jugado también un papel determinante en las decisiones religiosas.
13. La Iglesia católica, fiel al mensaje del Evangelio, siempre ha defendido que la fe se realiza en el camino concreto del amor y la promoción de la vida. De acuerdo a lo que Jesús pide a sus apóstoles, la Iglesia ha querido estar presente allí donde el ser humano sufre para llevar el aceite de la sanación a todas sus necesidades (Lc 10, 3ss). La realidad es tan compleja, que no siempre su actitud samaritana se ha comprendido a cabalidad. No todos los bautizados hemos sabido reconocer la propia responsabilidad en el contacto y transformación de las realidades temporales.
Hoy, no sólo existen pobres, sino empobrecidos. Y de acuerdo al mensaje del Evangelio (cfr. Lc 10, 25-37), la Iglesia no puede pasar indiferente ante esta realidad; como buena samaritana debe hacerse prójimo de la vida de los más pobres.
14. Por tanto, con la vista puesta en las realidades antes descritas, como Pastores del Pueblo de Dios:
1) Animamos y alentamos a todos a fortalecer el compromiso por el bien común. En efecto: todos somos testigos de que en el espíritu guatemalteco, y cuánto más en los cristianos católicos, existe "una esperanza invencible" (cfr. Rm 5, 2-4) que distingue nuestra identidad cristiana fundada en el amor a la vida.
Como cristianos somos responsables de conducir la historia según el corazón de Dios. El pecado no es más que encerrarse en sí mismo y pasar indiferentes ante su proyecto de vida. El anuncio del Evangelio tiene que producir cambios en nuestra misma realidad social, de modo que pasemos de situaciones de vida menos humanas a condiciones de vida más humanas, como nos lo pedía el Papa Pablo VI, ya hace muchos años. Es más humano trabajar por la unidad, fortalecer la sociedad civil, combatir la corrupción, luchar contra la impunidad, crear leyes justas y juzgar conforme al derecho, trabajar por el bien común y la construcción de la paz, que cerrarnos en la indiferencia.
Todos estamos llamados a construir la paz y promover el bien común. En este sentido, alentamos las iniciativas de todas las iglesias que muestren que el Evangelio es vínculo de unidad cuando se trata de promover y defender la dignidad de los más pobres, iniciativas que deben unir esfuerzos públicos y privados, no por razones políticas ni de proselitismo, sino de humanidad, que hagan posible hoy para muchos el tener razones para vivir y esperar.
2) Un llamado a profundizar la verdad del Evangelio. Los Obispos, unidos a nuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, y agentes de pastoral laicos, insistimos en la necesidad que tienen sobre todo las generaciones más jóvenes de guatemaltecos y guatemaltecas de discernir los signos de los tiempos, para analizar la historia que les toca vivir, y hacerlo de manera seria y no ligados a ideologías del pasado, sino para abrir caminos firmes que hagan posible entre nosotros la paz como fruto de la justicia (cfr. Is 32, 17).
SEGUNDA PARTE
¿QUÉ EJEMPLO NOS HA HEREDADO EL HERMANO PEDRO?
15. La Canonización del Hermano Pedro especial ocasión de encuentro con Jesucristo vivo. La Canonización del Hermano Pedro, es una singular ocasión para recordar la universal vocación a la santidad de todos los bautizados. Es decir, oportunidad privilegiada para retomar el camino de Jesús, el Santo de Dios (cfr. Mc 1 24s), que al comenzar el Tercer Milenio nos invita a seguirlo a la luz del ejemplo de éste hombre sencillo pero lleno de Dios, modelo de docilidad al Espíritu que lo hizo fuerte en la fe y fecundo en la caridad.
Sabemos que el encuentro con Jesucristo vivo, como nos lo recuerda el Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Ecclesia in America, no es un camino inédito o desconocido. La Sagrada Escritura nos trae a la memoria el nombre de muchos hombres y mujeres, que nos muestran cómo la acción de Dios actúa eficazmente en la debilidad de nuestra condición humana:
Están aquellos que, de modo personal, se dejan transformar por Jesús: el caso de la mujer samaritana (cfr. Jn 4, 1-42), de Zaqueo (cfr. Lc 19, 1-10), de María Magdalena (Jn 20,17), de Pedro en la noche de la pasión (Mc 14, 66ss; Jn 18, 15-18; 21, 15-19), de los discípulos en el camino a Emaús (cfr Lc 24, 13-35), del apóstol Pablo (cfr Hch 9,3-30), y tantos otros.
También comunitariamente en aquellos que lo encontraron y fueron sus discípulos cuando los invitó a seguirle (cfr. Mt 4,19; Mc 10,21, Lc 9,59; Jn 1, 38-39); y su respuesta fue ejemplar y decidida, pues "dejándolo todo, lo siguieron" (Lc 5, 10ss).
16. El Espíritu del Señor Resucitado que ha sido derramado por el Padre en nuestros corazones (cfr. Rm 5,5) nos conduce al encuentro real y verdadero con Jesucristo. Encuentro que se realiza en la comunidad cristiana por la acción del Espíritu Santo (cfr. Rm 5, 1ss), y como en Pentecostés reconocemos la presencia maternal de María, Madre de Jesús en medio de la comunidad cristiana: ella nos sigue indicando hoy "hagan lo que él les diga" (cfr. Jn 2, 2ss).
17. ¿Dónde encontramos hoy a Jesús? En lugares y momentos muy concretos:
a) En la Sagrada Escritura, leída, escuchada, meditada e interpretada en la Iglesia, con el auxilio de la Tradición y del Magisterio, abiertos al don de Dios (cfr. 2Pe 1,20). Pues la Iglesia "nunca ha dejado de repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo".
b) En la Sagrada Liturgia, especialmente en la celebración de la Eucaristía, acción de gracias y memoria pascual de Jesucristo vivo, que se realiza en la Iglesia a lo largo de sus veinte siglos de historia, siguiendo el mandato del mismo Señor Jesús: "Hagan esto en memoria mía" (1Co 11, 23-25, cfr. Mc 14,22-25; Mt 26, 26-29; Lc 22, 19-20).
c) En el hermano, donde está presente el mismo Jesucristo, especialmente en los más pobres, como Él mismo nos lo recuerda: Lo que hicieron a uno de éstos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron (cfr. Mt 25,40). El Papa Pablo VI decía: En el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo, el Hijo del hombre".
En el mundo de hoy encontramos muchas personas que tienen miedo a vivir un verdadero encuentro con Dios o creen que ni siquiera es posible. Tal vez la incoherencia de muchos cristianos no les convence. Pero ese encuentro con Jesucristo vivo, no sólo es posible, sino que llena de vida y esperanza la entera historia humana, pues Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 4). Tal es la alegre certeza que nace de la contemplación del ejemplo de los santos. Es una gracia para el pueblo y la Iglesia en Guatemala, el testimonio del primer santo centroamericano: el Hermano Pedro de San José Betancur, que nos dice ¡no tengan miedo a emprender el camino del encuentro con Jesucristo!
18. Desde hace más de tres siglos, los guatemaltecos hemos tenido presente la vida y obra del Hermano Pedro: su ejemplo es parte de nuestra historia y de la identidad de nuestra fe.
a) Un mensajero del amor de Dios en América. Conocemos poco de la infancia y primera juventud del Hermano Pedro. Sus biógrafos nos recuerdan que llegó a Guatemala el año de 1651, a la edad de veinticuatro años con la intención de hacerse sacerdote. Nació el 19 de marzo, fiesta de San José, en Chasna, hoy Villaflor, en la isla canaria de Tenerife, y dos días después, el 21 de marzo de 1626 recibe el santo bautismo en la Parroquia de San Pedro. Y según él mismo nos recuerda en su testamento, fueron sus padres Amador González Betancur de la Rosa y Ana García. Familia cristiana, en cuyo hogar él aprendió la fe y la caridad. Murió en Guatemala el 25 de abril de 1667 a la edad de 41 años.
En su tierra natal escuchó hablar del trabajo misionero que muchos hombres y mujeres estaban llevando acabo en las tierras de América; le entusiasmó la idea de anunciar el Evangelio en tierras lejanas en el nuevo Continente. El testimonio de los grandes misioneros infundió en él un gran celo por la conversión y la salvación de las almas. Convencido de que sus brazos y sus pies podían ser útiles a esta gran obra de evangelización, se lanzó a una gran aventura. Esta aventura, ciertamente, fue el inicio de su camino de santidad por tierras de Guatemala.
Cuenta su confesor y director espiritual, que llegado a la ciudad de Guatemala, "comenzó a vivir en ella como si fuese su patria, encontrando entrada y teniendo cabida en los vecinos que a porfía deseaban tenerle en sus casas, ya fuera porque su natural apacible y blando era índice de su alma pura, o porque interesaban muchas conveniencias en los humildes obsequios con que pagaba el hospedaje". Añade todavía su biógrafo algo que nos parece digno de resaltar: "Todo el tiempo que conocimos a Pedro de Betancur le conocimos virtuoso. En él parecía connatural la virtud. Era tan amable como virtuoso, ninguno lo conoció que no lo amase y ninguno lo amó que no gustase de comunicarlo. Todos deseaban tenerlo en su casa, muchos lo procuraron". Como el santo de Asís, hizo de la pobreza su compañera, para no tener en esta tierra más tesoro que Jesucristo, y no rendir más tributo de amor que el que necesitaban los pobres, sus preferidos, en quienes encontró su patria verdadera.
Recorrió las calles de la ciudad de Santiago de los Caballeros, entraba en las casas de todos sus habitantes, y con su alma limpia y su corazón desprendido, salía como había entrado, sin apegos materiales y con la convicción de haber dejado sembrada la semilla de la conversión en muchos corazones. Así lo dice su biógrafo: "Dejaba el Hermano Pedro las casas donde entraba bañadas de luz y salía de ellas sin menoscabo de su pureza".
b) La sabiduría de un hombre sencillo. La vida del Hermano Pedro la leemos en sus obras más que en sus discursos. No fue un hombre elocuente en palabras. Quiso seguir la carrera sacerdotal, hizo intentos para entrar en una orden religiosa; la dificultad encontrada en los estudios le convenció que Dios no lo llamaba para ese camino. La gracia divina lo tenía reservado para otorgar a la humanidad un ejemplo luminoso de caridad, un verdadero apasionado por los pobres por amor a Cristo.
Hombre sincero y humilde, pero intuitivo y práctico, supo reconocer a Dios en la vida, y encontró a Cristo en las calles de la ciudad de Santiago de los Caballeros en Guatemala, donde llegó sin bienes y sin ambiciones. Lejos de cuantos llegaban a estas tierras en busca de poder y riquezas, el Hermano Pedro tenía en más alto honor el servicio de la catequesis, la oración y el alivio del sufrimiento humano de los pobres.
Poco a poco empezó a hacer realidad el ardor que sentía en su corazón; humilde como era, amparado en la hermana pobreza aprendida en los manantiales de la tradición de San Francisco de Asís, se fue haciendo responsable de los pobres que quedaban al margen de aquella gran ciudad en la que le tocó ser testigo del Evangelio.
No tenía más ambición que socorrer a Cristo en los pobres. Quería salir al paso de las necesidades de sus cuerpos, para hacer que Dios resplandezca en sus almas. Como nos dice su biógrafo, el Hermano Pedro, no pudo ser sacerdote ni perteneció a ninguna orden religiosa, sin embargo, abrazó la causa de Jesús con total entrega haciéndose "fiel ministro de la misericordia" de Dios en medio del pueblo.
"Siempre ocupado en obras de misericordia", el Hermano Pedro hizo de la "imitación de Cristo" un camino de fidelidad cotidiana, que lo comprometía sin desvelo a servir al Señor en las necesidades de los más pobres; a ellos entregó de forma desinteresada toda su vida. No dudó en reconocer que allí estaba su vocación, el lugar desde donde Dios le llamaba. Como la sangre a la herida, corría sin descanso el Hermano Pedro a socorrer a los pobres. En este trabajo las horas se le hacían cortas e inmenso el deseo de servir.
Profundamente sensible a los dolores de Cristo en la cruz, el Hermano Pedro quiso aliviar el sufrimiento de su Salvador en las cruces de los más pobres, y para ellos tuvo entrañas de misericordia, de benignidad y de paciencia (cfr. Col 3, 12) propias de quienes hacen del Evangelio su proyecto de vida. Experimentó en el amor de Cristo en los más pobres y abandonados la verdadera sabiduría del Evangelio (cfr. 1Cor 2, 13ss).
c) El gusto por la oración. ¿Quién era el Hermano Pedro? Un hombre de fe sincera y de una relación profunda con Jesucristo. Fe en la que se reconocía humilde siervo de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Hermano Pedro se distinguió por vivir la comunión continua con Dios Padre a través de la oración y la perseverancia para hacer el bien a todos, aún a costa de las mayores dificultades, incomprensiones y contrariedades. Como Cristo su Maestro (cfr. Lc 2, 49; Jn 8,28) vivió la esperanza en Dios que es propia de los que depositan en el Padre el destino de su vida y el sentido de sus acciones.
Hizo del encuentro con los pobres un verdadero lugar de encuentro con Cristo. Fue un adelantado de la caridad prodigada a manos llenas. Imitando a Jesucristo que pasó haciendo el bien (cfr. Hch 10,38), también el Hermano Pedro tuvo compasión de los abandonados (cfr. Mt 9,36) y cumplió con prontitud y dedicación, incurriendo en grandes negaciones de su persona, el mandamiento del amor al prójimo (cfr. Jn 13,35).
A imitación de Cristo, quiere andar en la presencia de Dios, conformarse con su voluntad y vivir en comunión con Él. La humildad y la pobreza, consideradas por San Francisco de Asís virtudes reales, porque resplandecieron en Cristo en la cuna de Belén y en la cátedra de la Cruz, son también las virtudes que acompañaban al Hermano Pedro.
Fue un hombre abierto al Espíritu, quien conducía sus pasos, sus gestos, sus palabras; era el Espíritu quien presidía sus tiempos largos ante el Santísimo Sacramento, de donde sacaba la fuerza y las convicciones para volver a la calle, para encontrar la imagen de Dios derrotada, herida y humillada, ante la que nunca se resignó, sino quiso responder con prontitud con corazón misericordioso. Lo que Dios le daba lo compartía con los pobres.
d) Peregrino y contemplativo. Aún perdura en el ambiente místico de la antigua ciudad de Santiago de los Caballeros, hoy La Antigua Guatemala, la huella espiritual del peregrino y penitente que llegó a sus calles en el siglo XVII lleno de amor hacia el misterio de Jesús crucificado.
En dicha población, el Hermano Pedro trazó un itinerario de lugares de oración, de recogimiento y de contemplación, pedagógicamente dispuestos, para que la tradición popular los hiciera propios. Su memoria espiritual perdura hasta el día de hoy: el Calvario -construido y plantado con sus propias manos-, el Cerro de la Cruz, los patios de la Posada de Belén, el Templo de San Francisco, las calles empedradas y bendecidas por su caminar orante e incansable, son otros tantos signos que nos hablan de su presencia permanente entre nosotros.
El Hermano Pedro destaca en la religiosidad popular profunda, cimentada en la devoción a los misterios de Cristo y de la Virgen María, la frecuencia de los sacramentos y la meditación, con la preocupación constante por la salvación del alma. La vida de piedad tenía que ser acompañada de la práctica de la caridad y la ascesis estaba fundada en el amor alegre, afectivo, humano y espiritual hacia Dios y las personas.
e) Un laico, fundador de una orden religiosa. El Hermano Pedro fue un laico cuyo encuentro con Cristo en los más necesitados fructificó en varias formas de asistencia inmediata hacia ellos, especialmente con los ignorantes y enfermos, quienes por muchos motivos, eran abandonados en el antiguo reino de Guatemala. Convencido de la importancia de la santidad y de los medios que Dios dispone para su consecución, "no gastó Pedro de Betancur mucho tiempo en deliberar qué vida había de seguir, a qué ejercicios se había de aplicar; porque los impulsos que lo gobernaban lo inclinaban a elegir un camino seguro, que lo condujese al fin que deseaba, que era la salvación de su alma, y el aprovechamiento de las de sus prójimos".
Pensó que este objetivo sería más fácil de realizar en el estado de religioso, o como sacerdote; comenzó a estudiar en el Colegio de la Compañía de Jesús; pero sin gran aprovechamiento, como nos dicen sus biógrafos. Como "las ansias con las que vivía de aprender" no conseguían los resultados esperados, llegó a sentir gran desánimo "querellándose a Dios de su incapacidad". Vivió lo que significa el fracaso y el desaliento, pasó por la crisis de la duda y el dolor de la oscuridad. Sin embargo, no perdió nunca el sentido de la fe y el amor a Dios. "Desengañado Pedro de Betancur de que no le quería Dios para letrado..." se decidió en 1656 a vestir el hábito de la Tercera Orden de penitencia de la Orden de San Francisco de Asís.
Su caridad y celo apostólico pronto dieron frutos de buenas obras. Sobresalió "entre todos los de la Congregación de Nuestra Señora en la devoción tierna a esta purísima reina; y para servirla con más asistencia, pidió el oficio de sacristán de su capilla". Con la gente sencilla y con los que eran tenidos por esclavos, practicaba la caridad, rezaba el rosario y los socorría en sus necesidades. Uno de sus lugares preferidos era el santuario del Calvario, "en cuya quietud y soledad aseguraba la comodidad que deseaba para darse todo a la oración y penitencia" ante la imagen del crucificado. "Reconoció que los niños y niñas de los barrios vecinos al Calvario, así por su mucha pobreza, como por estar distantes del centro de la ciudad, carecían de doctrina y de maestros, que los instruyesen en los misterios de nuestra santa fe, quiso por sí mismo cumplir esta falta... Les enseñaba las oraciones y la doctrina cristiana, y rezaba con ellos la corona de nuestra Señora..." A él, acudían los niños, no sólo con gusto, sino con deseo de imitarlo. Y añade su biógrafo: "no sólo socorría a las almas con doctrina, sino también remediaba los cuerpos con el abrigo".
Convencido de que la caridad requería empezar por los más pobres, tocó en las casas de aquellas personas que pudieran participar con generosidad de sus mismos sentimientos, y "se determinó a buscar una especie de ellos, que por más necesitados, hiciesen las limosnas más útiles [para ellos mismos] que a quienes las recibían, más meritorias también para quienes las daban, y a Dios más aceptas".
Como buen samaritano, salió al camino de cuantos padecían cualquier enfermedad y dolencia, de las que no habían obtenido curación en los hospitales establecidos. "Determinó dar solución a este ordinario daño con un eficaz remedio. Y éste fue fundar un hospital de convalecientes, para que pasando del uno al otro los enfermos, asegurasen en el segundo la salud cobrada en el primero... Comunicó sus deseos a las dos cabezas eclesiástica y secular... Compró el sitio que le pareció a propósito para levantar el hospital, y en una casa pajiza que en él había puso una escuela de niños para continuar la enseñanza de la doctrina cristiana, enseñando a leer y escribir... Dispuso un oratorio decente y algunas celditas humildes y pobres, para recoger en ellas a los convalecientes, también a los forasteros pobres. Y por la gran devoción que tenía al dulcísimo misterio del Nacimiento del Hijo de Dios le puso desde luego a todo el sitio por nombre, Nuestra Señora de Belén". Y como dice su biógrafo, si en el primer Belén, los pastores encontraron al Verbo de Dios humanado, "en este Belén los pobres podían encontrar pan material para el sustento de los cuerpos, y el pan de la doctrina para alimento de las almas".
El ejemplo del Hermano Pedro convence; su amor a los pobres arrastra a otros compañeros; "y como para servir juzgó que eran cortas sus fuerzas... deseó agregar algunos compañeros idóneos para dar cumplimiento a sus deseos y ministerio. Los ganó más con el ejemplo de su vida y la suavidad de sus costumbres, que con la persuasiva de sus palabras".
Con estos compañeros acordó una vida regular, de oración y muy austera, que a su trabajo con los pobres unían una rica espiritualidad de fidelidad a Dios y vida comunitaria. "Había tiempos determinados para la oración y meditación. Días señalados para el ayuno y la disciplina. Y a todos estos ejercicios devotos acudía gran número de personas fuera del Hospital, atraídos con una suave violencia de amor y veneración que tenían al Hermano Pedro... Con igual cuidado atendía al servicio de los pobres, a todos se dilataban los brazos de su afecto paternal... y todos cabían entre sus brazos".
Si durante su vida el Hermano Pedro cimentó ciertas organizaciones laicales "para alivio de los enfermos y socorro de los pobres", su obra se extendió mucho más luego de su muerte, pues sus discípulos prolongaron el ejemplo de sus virtudes en otros lugares de América. Las formas de su auxilio a los necesitados fueron muy variadas: desde el socorro a los convalecientes y extranjeros pobres, nativos, negros, mulatos y otros, a la asistencia social de niños y adultos, incluso en diversas obras de misericordia para con los indigentes, atención que completaba con la alfabetización de los que no sabían leer y escribir. Vive la fe en el silencio, allí donde Dios es el único protagonista; esta es su discreción y su grandeza. ¡Qué bien entendió las obras de misericordia que deben caracterizar el sentido de fe de nuestras tradiciones religiosas populares!
De esta manera muy sencilla, y en razón de la vida de los pobres, organizó el Hermano Pedro los cimientos de lo que andando el tiempo la Iglesia habría de reconocer como la Orden de los Betlemitas fundada en Guatemala. Hoy esta comunidad sigue viva entre nosotros, al servicio de personas muy humildes y sin hogar.
En efecto, esta gran obra ha producido otro fruto admirable de santidad en tierras guatemaltecas: la Beata Sor María Encarnación Rosal (1820-1886), restauradora de la Orden Betlemita en la rama femenina, y también ella gloria de la Iglesia Católica en Guatemala: su memoria y devoción deben incrementarse entre los guatemaltecos como modelo de mujer consagrada, rebosante de amor a Dios en los necesitados.
19. Quisiéramos ahora resaltar dentro de la herencia espiritual que nos ha legado el Hermano Pedro, tres caminos de fe:
a) Camino espiritual. Este hombre de Dios ha heredado a la Iglesia una rica espiritualidad. En este campo era un verdadero maestro y pedagogo, cuyas intuiciones espirituales y humanas tienen hoy plena actualidad:
1º.- La adoración del misterio del Verbo Encarnado: Es la devoción del Hermano Pedro al misterio de Belén, que quiso imprimir a su obra religiosa, pues en cada uno de sus pobres veía la presencia del Jesús que nace humilde y pobre en Belén (cfr. Lc 2, 7ss). Él mismo nos deja percibir en varias de sus "coplas de afecto" su tierna devoción al Misterio de Belén cuando dice:
Aunque tan chiquito, este niño bello, sepa todo el mundo, que es el Rey
del cielo... A este Niño divino que nació en este portal, aunque le veas
carne y sangre, Vino y Pan le has de ver.
2º.- La meditación constante de la Pasión de Cristo como tema central en la espiritualidad cristiana y centro del mensaje del Evangelio (cfr. 1Co 1, 17-22). El Hermano Pedro tenía especial predilección por el Vía crucis, recorriendo con sentido profundamente humano y cristiano las estaciones de la Pasión de Cristo. En esta espiritualidad tan fecunda bebió la "sabiduría de la cruz" para reconocer con humildad que Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes (1Cor 1, 27). Descubrió la presencia y la fuerza del amor de Dios que en la cruz se hace salvación de todo ser humano que en verdad lo busca (cfr Jn 3, 14-16). Lo queremos repetir con sus propias palabras:
Recréate siempre con la cruz de Cristo; todo el deseo del siervo de Dios ha de ser seguir a Cristo; éste es el verdadero deseo del siervo de Dios.
3º.- El amor y la veneración al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, presencia real de Cristo en su Cuerpo y Sangre (cfr. 1Co 11, 25; Mt 26, 26-28) como Pan de vida del que la Iglesia saca su fuerza y memoria viva de su presencia en el mundo (cfr. Jn 6,33). La Santa Eucaristía fue siempre lugar frecuentado con pasión por el Hermano Pedro. "Se abrazaba para con el Augustísimo Sacramento en cualquier parte, y en cualquier iglesia que se expusiera a la pública veneración, postrado en tierra y, casi enajenado de los sentidos, contemplaba aquel Altísimo Misterio y casi olvidado del cuerpo y de las cosas humanas se anegaba en aquella inmensidad". De su capacidad de sorprenderse ante el Santísimo Sacramento, nos hablan sus biógrafos y cuantos le conocieron en vida, al recordarnos cómo el Hermano Pedro oraba con sencillez:
¡Oh mi gran Señor! Bueno está el disfraz que en sacramento, a todos nos das...Yo no puedo más, con ese misterio. Yo pierdo el juicio, que Dios me dé remedio.
En realidad, el Hermano Pedro vive estos tres misterios como experiencia viva del anonadamiento del Verbo Encarnado que inicia en Belén, crece de intensidad llegando a su cumbre en la Cruz y se perpetúa en la historia en el misterio de la Eucaristía.
4º.- El amor a la Madre de Dios y la devoción del santo rosario, de cuya tradición el Hermano Pedro fue devoto impulsor, pues en el santo rosario descubrió la meditación práctica de los misterios de la vida de Cristo al calor de la humanidad de María, la humilde sierva del Señor. A ella encomendó continuamente su vida y su obra, pues siempre la consideró especialmente cercana a los que sufren. De su profundo amor a la Madre de Dios en la devoción de la Inmaculada Concepción queremos recordar algunas palabras en las que el Hermano Pedro demuestra singular ternura y amor filial:
¡Alegrémonos, hermanos, dé saltos el corazón! Pues nos enseña la Iglesia, la fe en la Concepción! Celebremos este día, con pureza y devoción, pues nos enseña la Iglesia, la fe en la Concepción.
5º.- La práctica de la mortificación, de la penitencia y del ayuno, medios de perfección a los que dio mucha importancia el Hermano Pedro, nos recuerdan gestos y palabras del mismo Jesús con sus discípulos (cfr. Mt 6, 1-18). Para el Hermano Pedro, dichas prácticas poseían un valor concreto sólo si estaban asociadas al cumplimiento de la voluntad de Dios. En la espiritualidad del Hermano Pedro, encontramos en todo esto una coherente unidad, pues a la mortificación unía la contemplación de Cristo y el amor a los hermanos. De sus escritos lo podemos deducir:
Vale más una pequeña cruz, un dolorcito, una pena o congoja o enfermedad enviada por Dios, que los ayunos, disciplinas cilicios, penitencias y mortificaciones que nosotros hacemos, si ellas nos llevan a Dios.
b) Camino misericordioso. Como fruto de su intensa vida de oración y contemplación, el Hermano Pedro pudo "encontrar a Jesucristo" en los hermanos más pobres y sufrientes. Su ejemplo nos habla de un hombre sensible a toda necesidad humana. Su oración se inspiraba en la realidad cotidiana de las necesidades y sufrimientos humanos, necesidades que llevaba a la oración de cada día, a los que volvía con más entrega y dedicación.
Es necesario entonces, resaltar en el Hermano Pedro la profunda unidad de vida, expresada en la oración y acción en favor de los pobres. Y es necesario también detenerse en dos rasgos de su fe cristiana auténtica:
a) El amor a los pobres como signo de la verdadera santidad cristiana. Dicen sus biógrafos, que desde que llegó a Guatemala "abrazaba con cariño la pobreza", actitud evangélica fecunda en humanidad, como dice san Pablo: Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, aunque entregue todo lo que tengo y yo mismo me mortifique, si no tengo caridad, no soy nada (cfr. 1Co 13, 2ss). Así como muchos experimentan en la virtud un trabajo difícil, la práctica del amor a los pobres era el camino ordinario para el Hermano Pedro. Él reconocía en ellos a los verdaderos representantes del mismo Jesús. Reclamaba invertir todo para socorrer a los pobres:
Fuera de peligro está, lo que a los pobres dieres, que lo que en ellos gastares, guardado en el corazón de Cristo está... Quien con los pobres tuviere verdadera caridad, asegúrale mi Dios que nunca, nada le ha de faltar .
b) La solidaridad, como fruto del amor cristiano, traducida en la actitud del Hermano Pedro de hacerse todo con todos (cfr. 1Co 9,20-22). Efectivo en el amor, se hacía cercano del que sufre cualquier carencia humana o espiritual, actitud por la cual aún brilla en nuestros días como modelo a seguir en toda convivencia social, porque en él se cumple a la perfección el sentido de la caridad vivida por los primeros cristianos: Si un hermano o hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de ustedes les dice: «Vayan en paz, abríguense y llénense», pero no les dan lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así, también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta (Stgo 2, 15-16).
El Hermano Pedro de San José Betancur, habiendo asistido especialmente a los enfermos convalecientes que encontraba, logró contagiar de su acción solidaria a muchos en su tiempo, de acuerdo con lo que escribe al Rey Felipe IV de España en 1663:
Es mucha la necesidad que los pobres convalecientes pasan en la ciudad de Santiago de Guatemala... Pido a Vuestra Real Majestad concederme licencia para fundar un hospital de convalecientes... Muchos piadosos cristianos me ayudan con sus limosnas, y me compraron un sitio donde hice un cuarto para estos pobres convalecientes .
Este camino es un reto a nuestra vida y trabajo pastoral, pues debemos traducir con creatividad los ideales vividos por el Hermano Pedro al servicio de las apremiantes realidades de hoy. Hay nuevos pobres y nuevas pobrezas. Hay tantas necesidades que hacen muy actual la misión emprendida por el Hermano Pedro. La solidaridad es el nombre del amor y la caridad que hoy nos debe acercar a los más necesitados, para ser fieles al espíritu que vivió en su tiempo el Hermano Pedro.
c) Camino profético: Situado en medio de una joven sociedad colonial en la cual también se advertían los signos del pecado de opresión, esclavitud, indiferencia religiosa y apego desmedido a las riquezas, el Hermano Pedro emprendió lo que puede parecer un extraño apostolado de asistencia más allá de las dádivas materiales, cuando al final de la jornada diaria recorría las calles de la ciudad de Santiago de los Caballeros llamando a las conciencias de sus contemporáneos con aquel dicho que la memoria popular recuerda: Acordáos, hermanos, que un alma tenemos, y si la perdemos, no la recobramos. Palabras que hoy nos advierten que no debemos prescindir de Dios en nada de cuanto hacemos o emprendemos.
En ese apostolado suyo, descubrimos valores perennes de la Evangelización auténtica:
a) El evangelizador verdadero no condena definitivamente a nadie, pues si lo hiciera estaría fuera del plan de Dios quien desea que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cfr. 1Tm 2, 4). Más bien, el evangelizador auténtico imita al Buen Pastor que dejando las demás ovejas, va en busca de la que está perdida (cfr. Lc 15,4), sabiendo que hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por muchos justos que no necesitan arrepentirse (cfr Lc 15, 7).
Por este camino logró el Hermano Pedro sensibilizar muchos corazones tenidos por ajenos a la verdad y duros ante la caridad. Son famosas las conversiones que con su llamado logró en todos los estratos sociales.
Aún hoy, en los inicios de este nuevo milenio, para la conciencia cristiana sensible a la acción misionera parece resonar su llamado a no olvidar que el amor de Dios se ofrece especialmente a quien se siente alejado de Él, pues el Señor no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cfr. Ez 33, 11).
b) El evangelizador propone el plan de Dios a un mundo dominado por el afán de las riquezas, la ambición del poder y la indiferencia regida por el placer, como en cierta medida debió serlo aquella sociedad colonial de Santiago de los Caballeros que conoció el Hermano Pedro. En ella supo reconocer todo tipo de pobreza en los hombres y mujeres de su tiempo. Fue testigo de la pobreza material, pero sobre todo de las pobrezas espirituales que cierran los corazones al hermano y los tornan indiferentes a la misericordia. A ellos el Hermano Pedro les descubrió el verdadero tesoro por el que hay que luchar en la vida: el Reino de Dios presente ya en el amor a los más necesitados (cfr. Mt 6,19-20; Lc 12, 33-34).
En su llamado profético a la conciencia de sus contemporáneos, el Hermano Pedro les advertía del peligro de perder el alma; insistía que la dimensión espiritual que nos lleva a amar a Dios, debe ser la mayor riqueza de todo ser humano. Con lenguaje muy expresivo, exhortaba a sus contemporáneos:
Examina bien tus obras, y huye de la vanidad, que a muchos ha derribado, sin que se puedan levantar. En esta vida prestada, donde el bien vivir es la clave, el que se salva: ¡ese sabe!, que si no, no sabe nada... Haz aquello que quisieras, haber hecho cuando mueras... Arrendadorcillos: comen en cubiertos de plata, y morirán en grillos.
TERCERA PARTE
¿QUÉ NOS PIDE HOY EL HERMANO PEDRO?
20. Una propuesta de santidad para nuestros días. Al escuchar espiritualmente la voz y los pasos del Hermano Pedro en las calles de nuestra conciencia como guatemaltecos, nos parece verlo de nuevo encaminarse hacia los más pobres, muchos de ellos excluidos hoy por un nuevo modelo de sociedad que se impone, y necesitados de todo. A ellos nos invita a ir el Hermano Pedro, para que seamos nosotros quienes en la Guatemala del siglo XXI los tratemos como quien trata al mismo Señor (cfr. Mt 25, 31ss).
Sabemos que para reproducir en nosotros las obras de los santos, es necesario convencernos de la importancia de la fuente que a ellos les daba energía: su profunda unión con Cristo. Sólo así estaremos seguros de ser como ellos "mensajeros del Evangelio de la vida verdadera y de su promoción integral".
Con frecuencia somos capaces de analizar y reconocer la gravedad de la realidad: las duras condiciones humanas, sociales y espirituales en que viven los pobres. Sin embargo nos falta la energía de los santos para poder responder con los criterios del Evangelio, más aún si se trata de transformar las estructuras que mantienen y perpetúan tales condiciones de vida. Recientemente, el Papa Juan Pablo II, con un profundo sentido de humanidad, nos ha invitado a contemplar el rostro del Señor en cuantos sufren y viven marginados.
21. El Hermano Pedro supo ver las necesidades reales, y abrió su corazón a Dios para poner remedio urgente a tantas dolencias como se le presentaban, haciendo de la caridad su norma de actuación. Los pobres de hoy tienen nuevos rostros, hay nuevas pobrezas, que nos exigen más entereza en el amor, pero sobre todo una creatividad solidaria que reúna esfuerzos para superar las condiciones estructurales que nos avergüenzan y escandalizan.
¿Quiénes son los pobres que el Hermano Pedro reconocería hoy en nuestra sociedad? Señalamos, entre otros:
Los miles de personas que deambulan en ciudades y pueblos, a merced de la caridad.
Los miles de campesinos empobrecidos, sin tierra para cultivar o que han perdido el trabajo, y se ven forzados a emigrar buscando mejores condiciones de vida que no encuentran.
Las mujeres abandonadas o las madres solteras, sin casa y sin trabajo, y con muchas necesidades que remediar.
Los miles de habitantes de las áreas marginales de la ciudad capital, muchos de ellos emigrantes del interior; carentes de los servicios básicos, de salud y trabajo digno y estable.
Los niños y jóvenes que viven en la calle, obligados por la inhumanidad del sistema en que vivimos, a ejercer un trabajo en condiciones de explotación en detrimento de su derecho a la educación formal y espiritual.
Quienes no han tenido acceso a la educación, ni tan siquiera a una necesaria capacitación laboral o profesional.
Las familias, hombres y mujeres, todavía discriminados por su origen, condición social, lengua o cultura.
Los hogares divididos o destruidos por motivos socioeconómicos a consecuencia de las migraciones y la búsqueda de trabajo lejos de nuestras fronteras.
Las víctimas de las organizaciones de delincuentes, de la prostitución, incluso infantil, así como los esclavos de la droga y del narcotráfico.
Las víctimas, igualmente del crimen organizado.
Los que llegan a los hospitales y no encuentran remedio a sus males.
Los ancianos y ancianas que mueren en la soledad o la miseria.
Las personas que padecen SIDA o son víctimas de la drogodependencia.
Pero también reconocemos,
Que hay pobreza en aquellos que con más o menos bienes materiales, están faltos de conciencia social y de sensibilidad humana.
Pobres son los que permanecen esclavos de su egoísmo y no abren el corazón a Dios que grita en la miseria de los necesitados.
Pobres son los que, sometidos a una mentalidad economicista, rinden su dignidad a la idolatría del lujo y el consumo, a la seguridad de las armas y a la inmoralidad de la corrupción, vicios todos, que niegan la paz y la alegría de los demás.
Pobres son igualmente quienes cierran su corazón al hermano hundidos en el pecado del orgullo, la violencia y la injusticia.
A todos se propone el evangelio de la conversión. A todos ellos parece caminar hoy el Hermano Pedro; más aún, hacia todos nos envía, si bien de diferente modo, no para transmitir condenas, sino para enriquecernos mutuamente con el anuncio del Evangelio y el testimonio del amor cristiano.
22. Nuestra devoción al Hermano Pedro de San José Betancur y a los santos de la Iglesia. Todo auténtico testimonio de amor que ofrezcamos a los santos se dirige, por su propia naturaleza, a Cristo, y termina en Él, que es "la corona de todos los santos" y por Él, va a Dios, que es admirable en sus santos y en ellos es glorificado. Con estas palabras, el Concilio Vaticano II nos invita a admirar en el Hermano Pedro la fuerza de sus virtudes, forjadas al calor de una intensa unión con Cristo, especialmente en su Misterio Pascual.
De hecho, en la más genuina tradición de la Iglesia asociamos a los santos a Jesucristo, el Santo de Dios (cfr. Mc 1, 24) sabiendo que dicha unión es fuente de gracia y esperanza para toda la Iglesia. Al ser todos parte del pueblo de Dios y cuerpo de Cristo (cfr. 1Co 12, 2ss; Col 1, 18) estamos espiritualmente unidos a los santos; nosotros somos peregrinos de aquel bien que para ellos es una realidad alcanzada. Su ejemplo suscita en nosotros veneración y admiración, que según la doctrina de la Iglesia consiste en:
1) La reflexión sobre su seguimiento de Cristo. La Iglesia los reconoce por su calidad de vida con la que hacen visible la fuerza Evangelio. El Hermano Pedro entendía que Cristo se le manifestaba como un compañero de camino, portando la cruz –éste es el Nazareno- y el Hermano Pedro quiere ser a su lado un nuevo nazareno (cfr. Mt 10, 37; Lc 14, 25).
2) La petición de su intercesión ante Dios, pues aún siendo Cristo el único mediador entre Dios y los hombres (cfr. Heb 1, 2ss) los santos que forman parte de su cuerpo místico ya glorioso no dejan de interceder para lograr del Señor su ayuda en nuestras necesidades y sobre todo en el fortalecimiento de nuestra fe y cumplimiento de la voluntad de Dios Padre.
Por tanto, al ser canonizado el Hermano Pedro a quien se venera como Beato en Guatemala desde el 22 de junio de 1980, será inscrito en la lista de los santos y toda la Iglesia católica universal podrá darle el culto de veneración que le corresponde.
De este modo, el culto de veneración al Hermano Pedro con el recuerdo de su memoria litúrgica, la oración ante su tumba o en la evocación de sus imágenes, será expresión de nuestra fe en Dios cuya "gloria está en sus santos" (cfr. Fil 1,11), práctica legítima para quienes comprenden y reconocen que la plenitud de la santidad está en Dios y en su Hijo Jesucristo, que comunica su gracia a hombres y mujeres que se dejan transformar por su amor.
23. El valor ecuménico de la vida y obra del Hermano Pedro. Creemos que el rostro del Hermano Pedro, ejemplo del cristiano que tomó profundamente en serio las exigencias del Evangelio posee en sí mismo un valor ecuménico innegable. Por ello proponemos su testimonio abierto y sencillo, en medio de la realidad tan compleja que nos toca vivir, como lugar de encuentro entre las diversas confesiones cristianas en Guatemala. Siendo así que "uno solo es nuestro Padre y uno solo nuestro Maestro" (cfr. Mt 23, 9), llamados a contemplar y respetar los bienes espirituales de nuestras respectivas Iglesias, la Iglesia católica en Guatemala propone a las genuinas conciencias cristianas la vida y ejemplo del Hermano Pedro, modelo de quienes buscan sinceramente a Dios en "Espíritu y Verdad" (cfr Jn 4, 23). En él resplandece la imagen de Cristo hermano de todos, amigo de los pobres y buen samaritano de cuantos quedan a la orilla del camino de esta historia que como comunidades cristianas compartimos (cfr. Lc 15, 29ss).
A la luz de la caridad que se desprende de la vida y obra del Hermano Pedro, los cristianos conscientes de la fuerza de su fe, debemos estar unidos en el camino de dignificación de la vida de los más pobres; saliendo a su encuentro, pero a la vez, colocándolos en el centro de la mesa de nuestras respectivas comunidades eclesiales. Con esto mostraremos al mundo que el amor de Cristo no es una farsa (Rom 12, 9-12; cfr. 1 P 2, 1ss).
Muchas son hoy las tentaciones a nuestra fe; están quienes lo relativizan todo; la ignorancia es atrevida, y muchas personas se dejan manipular por consejeros que les dicen que cualquier religión es buena. Existen también grupos extremadamente sectarios, que pasan por encima del respeto a la persona, para hacer proselitismo a costa de cualquier oferta material o espiritual. No caigamos en la manipulación: todo aquel que se quiere llamar predicador o servidor del Evangelio, debe siempre partir de la sinceridad de su fe y el respeto de la conciencia y libertad de los demás. Por tanto, un imperativo muy necesario para nuestra vida religiosa ha de ser el no dejarse manipular por las ofertas de fe o temores que se presentan como amenazas y castigos.
En la primitiva iglesia se denunciaba la actitud de cuantos comerciaban con el Evangelio, queriendo enriquecerse con las necesidades de los pobres; ya entonces la "Doctrina de los Doce Apóstoles", los llama "traficantes de Cristo"; el mismo Jesús los denunciaba cuando decía: Cuídense de los que "devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio riguroso" (Mc 12, 40). San Pablo era igualmente muy explícito: les rogamos, hermanos, que no se alarmen por revelaciones, rumores o cartas nuestras en las que se diga que el día del Señor es inminente. Que nadie los engañe, sea de la forma que sea (2Tes 2, 2-3). Lo propio de la fe auténtica se mide por el amor; san Pablo nos deja en la primera carta a los Corintios el himno de la caridad, que debe mover nuestras conciencias en el camino de la solidaridad (cfr. 1Cor 13).
Por tanto, quienes se hacen servidores del Evangelio deben hacer de la caridad su norma de vida, pues en el juicio final se nos examinará del amor prodigado en los más pequeños, con los que se identifica Jesús (cfr. Mt 25, 36ss).
24. Es el mismo Señor Jesús quien a través de la sencillez pero al mismo tiempo de la eficacia de las obras de amor y solidaridad del Hermano Pedro el que nos dice a todos y cada uno de los cristianos: Anda y haz tú lo mismo (Lc 10,37). Abiertos al mensaje de las bienaventuranzas, que hizo suyo el Hermano Pedro, vivamos la solidaridad y luchemos contra "la indiferencia ante todo tipo de sufrimiento humano". ¿Quién puede presumir de haber encontrado a Cristo? Sólo el amor solidario, en la persona de los más pobres, hace posible este encuentro, signo de que hemos pasado de la vieja a la nueva alianza sellada en Jesucristo: les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros (cfr. Jn 13, 35).
El mensaje del Hermano Pedro nace del Evangelio. Conocedor profundo del sentido de la religión verdadera este santo fue testigo irreprochable de la solidaridad más inmediata: asistir a los que sufren en sus tribulaciones y rechazar el mal del mundo que los aflige (cfr. Stgo 1, 27). Esa religión verdadera no se avergüenza o esconde ante la pregunta ¿dónde está tu hermano? (cfr. Gén 4, 9), pues sabe que conocer a Dios es obrar la justicia (Jer 22, 13-16).
25. El valor ético universal de la solidaridad del Hermano Pedro. La vida y obra de este santo son un reclamo concreto a nuestra conciencia de cristianos pero también de ciudadanos. En todos y cada uno de los guatemaltecos existe una bondad fundamental, que puesta bajo la acción del Espíritu Santo puede comprender el don de Dios que se nos concede con la canonización del Hermano Pedro.
Este ejemplo de valores humanos tan fundamentales, debe entrar ciertamente en la vitalidad de las comunidades cristianas, en los planes pastorales, en la catequesis. Pero también en nuestras vidas, en nuestros hogares, y en todas nuestras decisiones ciudadanas. El modelo de vida de este nuevo santo de la Iglesia debe despertar nuestra sensibilidad para recuperar la identidad del cristiano en toda su actuación humana, ética, moral y espiritual; más aún, debe impulsarnos a recuperar nuestra identidad cristiana también en el campo económico, pues el servicio a la causa del bien común, exige a la par de los hombres y mujeres de fe, los profesionales que en todos los campos del desarrollo humano y la organización política, puedan con su inteligencia transformar el mundo de acuerdo a los valores del Reino de Dios.
En toda conciencia, en fin, el ejemplo de humanidad del Hermano Pedro nos invita a la humanización de las relaciones sociales, políticas y sobre todo, económicas: El Papa Juan Pablo II entiende este proceso como construir el rostro humano en las relaciones económicas.
El ejemplo del Hermano Pedro nos señala la siempre necesaria promoción de la dignidad de la persona humana así como la defensa de los derechos humanos, que con especial énfasis el mismo Juan Pablo II ha señalado como clave para una convivencia guatemalteca justa y pacífica.
Sólo con una acción solidaria que se traduzca en compromisos serios por el desarrollo de todos y en el respeto por la dignidad de toda persona, vendrá el anhelado fruto de una paz social estable a la que se han dedicado tantos esfuerzos en Guatemala.
PROPUESTAS DE ACCIÓN
¿CÓMO VIVIR ESTOS GRANDES ACONTECIMIENTOS?
26. La celebración gozosa de la Canonización del Hermano Pedro de San José Betancur, es una oportunidad de gracia para el pueblo guatemalteco y para nuestra Iglesia. En sí misma, esta ocasión maravillosa urge una preparación adecuada e integral en la que debemos participar con especial compromiso todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, invitando a todas las comunidades cristianas, a los hombres y mujeres de buena voluntad en Guatemala para que se unan a nuestra alegría y acción de gracias.
27. Nuestra preparación tiene características propias:
A) Es una preparación personal, que debe tener claras repercusiones en todos los órdenes de nuestra vida. Se nos propone intensificar dos valores profundamente cristianos a los que ha de unirse la misma solidaridad:
1) El camino de la conversión: Urge que pasemos de una situación de pecado comunitario y personal, cuyas consecuencias no podemos negar, a una creación nueva, que nos transforme en seguidores de Cristo y testigos del Evangelio:
a) El mismo Juan Pablo II nos recuerda que "como los pecados y las virtudes sociales no existen en abstracto, sino que son resultado de actos personales, es necesario tener presente nuestra realidad compleja, fruto de las tendencias y modos de proceder de los hombres y mujeres que la habitan. En esta situación concreta debemos encontrarnos con Jesús".
b) El "encontrar a Jesucristo" siempre nos exige abandonar la vida de pecado, la vestidura del hombre viejo que se ha corrompido siguiendo las concupiscencias del mundo, para revestirnos de Cristo, Hombre Nuevo creado en justicia y santidad (cfr. Ef 4, 22 y 27). Al recordar por tanto que toda conversión verdadera implica una dimensión social hemos de reconocer que la situación de pecado contamina las estructuras, vicia la convivencia, reafirma la corrupción y genera todo tipo de injusticias. Es en fin, "misterio de iniquidad" que en la práctica, golpea a los más indefensos y se cristaliza en la violación permanente a los derechos del ser humano.
Animados por la palabra firme y oportuna del mismo Juan Pablo II y desde las urgencias que nos plantea el hacer realidad entre nosotros la propuesta de la Enseñanza Social de la Iglesia, animamos a todos a una urgente conversión al Evangelio recordándoles que el mismo Señor pedirá cuenta a cada uno de aquello que le ha sido confiado (cfr. Sal 105,7; Ap 14,7).
2) El camino de reconciliación de todos los guatemaltecos, es decir, la urgente tarea de velar por la promoción y conservación de la paz, la justicia y el respeto a la dignidad de todos (cfr. Is 32,17). En las comunidades eclesiales, parroquias y diócesis, esta tarea sigue reclamando todos nuestros esfuerzos y cuidados, como embajadores de la gracia de Dios que nos pide insistentemente "déjense reconciliar con Dios" (2Cor 5, 11).
B) Es una preparación eclesial, donde la comunidad diocesana, parroquial, las pequeñas comunidades y movimientos de apostolado seglar, reflexionemos creativamente en lo específico de nuestra misión pastoral:
El anuncio del Evangelio es tarea de todos los bautizados; quienes ejercemos un ministerio pastoral en la Iglesia: Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos, hemos de procurar desde ahora renovar la generosidad de nuestra respuesta vocacional. La urgencia del "encuentro con Jesucristo vivo" deberá comprometernos en el apostolado con el ardor de los primeros discípulos.
Es por tanto una ocasión providencial para meditar sobre nuestro propio camino de santidad, sobre el testimonio de fidelidad a nuestros compromisos eclesiales, sobre el testimonio de celo apostólico y apertura permanente ante los retos que la realidad de Guatemala presenta a los evangelizadores. Tal compromiso demanda de nosotros una verdadera encarnación en los gozos y tristezas, angustias y esperanzas de los hombres y las mujeres de hoy (cfr. Jn 20, 21).
De modo particular, y en comunión con sus Pastores, todos los fieles laicos, reunidos en movimientos y asociaciones del apostolado seglar reflexionen sobre la forma de su auténtica santidad cristiana, sobre el testimonio de unidad ante la sociedad y la importancia de la fe y la identificación con el verdadero rostro de Jesucristo vivo (cfr. Jn 17, 2ss).
C) Es una preparación con los medios adecuados que hagan posible su eficacia pastoral:
Es un tiempo para escuchar atentamente la Palabra de Dios, propuesta con singular intensidad en nuestras celebraciones litúrgicas, verdadero lugar de "encuentro con Jesucristo", fuente de unidad y fraternidad.
- Es un tiempo para vivir con ardor la oración, tanto personal como comunitaria y eclesial pidiendo al Señor que nos conceda una mayor coherencia entre fe y vida. De la oración sacó el Hermano Pedro fuerzas necesarias para su acción apostólica.
Es un tiempo para fortalecer la cercanía a Dios y la experiencia de fe con la vivencia de la Sagrada Liturgia, dando un puesto singular a la celebración de la Eucaristía, que nos prepare convenientemente a recibir con fruto y alegría la visita del Papa Juan Pablo II, sucesor de Pedro (cfr. Mt 16, 16ss) y nos permita disponernos con especial dedicación a la Canonización del Hermano Pedro.
Es un tiempo para reconciliarnos con Dios y los hermanos. La organización de jornadas penitenciales que acompañen las tradicionales peregrinaciones a los lugares donde se desarrolló la vida y obra del Hermano Pedro, han de hacer posible una mayor sensibilidad ante lo que constituyó su camino de santidad: el amor a los pobres.
D) Es una preparación que nos pide el conocimiento de la vida y la espiritualidad del Hermano Pedro. El Papa Juan Pablo II nos recomienda conocer mejor a todos aquellos que han producido frutos de santidad en tierras americanas. Teniendo el privilegio de poder contemplar la obra viva del Hermano Pedro en nuestra Guatemala, instamos a todos a conocerla para apreciar su persona, la fe operante y el amor auténtico hecho vida con sencillez de corazón (cfr. 1Cor 13,8). La santidad del Hermano Pedro se encarnó en el dolor y la pobreza de los enfermos convalecientes, en la marginación de los últimos, en el desamparo de los niños, en el tormento de los pecadores, transformándose en caridad benigna, afable, desinteresada, discreta y diligente.
28. Queridas hermanas y hermanos guatemaltecos: Que la tercera Visita de Juan Pablo II a Guatemala y la Canonización del Hermano Pedro hagan resonar en nuestros corazones la vocación a la auténtica santidad cristiana que tiene su único y verdadero fundamento en el encuentro con Jesucristo vivo.
29. No podemos concluir esta Carta sin hacer mención del Segundo Congreso Americano Misionero (CAM2-COMLA7) que Guatemala, juntamente con los demás países de América Central está preparando y celebrará en noviembre del próximo año 2003. Sin duda que el testimonio de santidad del Hermano Pedro como misionero del amor de Dios, estimulará dicha preparación y celebración de este acontecimiento tan significativo para nuestra Iglesia. Desde ahora le encomendamos a él la custodia y acompañamiento del CAM2-COMLA7, seguros de que su intercesión será un fuerte impulso para que las Iglesias particulares de América asuman responsablemente su vocación misionera, incluso más allá de sus fronteras.
30. Contemplando desde ahora la gloria de Dios en el rostro del Hermano Pedro, y dispuestos de todo corazón a ser confirmados en la fe por el Vicario de Cristo en la Tierra, pedimos a aquella a quien el Hermano Pedro entregó su obra, a María Santísima, Reina del Rosario y Patrona de Guatemala, que unida a nuestra alegría interceda ante su Divino Hijo para hacer de estos acontecimientos un auténtico "encuentro con Jesucristo". Ella, que guardaba todo en su corazón (cfr. Lc 2, 51) susurra a nuestros oídos con maternal solicitud: Hagan lo que Él les diga (Jn 2, 5).
Queremos hacer pública esta Carta colectiva del Episcopado guatemalteco en la celebración de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, presencia real del Señor Jesús que siempre inspiró la espiritualidad del Hermano Pedro y debe ser centro de la vida y el caminar de nuestras comunidades cristianas, en el esfuerzo siempre urgente del anuncio del evangelio de conversión, reconciliación y paz entre los guatemaltecos.
Guatemala de la Asunción, 2 de junio de 2002.
+ Rodolfo Quezada Toruño
Arzobispo de Guatemala
Presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala.
+ Víctor Hugo Martínez Contreras
Arzobispo de Los Altos:
Quetzaltenango-Totonicapán.
+ Pablo Vizcaíno Prado
Obispo de Suchitepéquez
Vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala.
+ Luis María Estrada P. op.
Obispo Vicario de Izabal
+ Gerardo Flores Reyes
Obispo Emérito de La Verapaz
+ Julio Bethancourt Fioranvanti
Obispo de Santa Rosa de Lima
+ Fernando C. Gamalero G.
Obispo de Escuintla
+ Rodolfo Bobadilla Mata, cm
Obispo de Huehuetenango
+ Julio Cabrera Ovalle
Obispo de Jalapa
+ Alvaro Leonel Ramazzini
Obispo de San Marcos
+ Oscar Julio Vian, sdb.
Obispo Vicario de Petén
+ Rodolfo Valenzuela Núñez
Obispo de La Verapaz
+ José Ramiro Pellecer
Obispo Auxiliar de Guatemala
+ Mario Enrique Ríos
Obispo Auxiliar de Guatemala
+ Raúl Antonio Martínez P.
Obispo de Sololá y Chimaltenango
+ José Aníbal Casasola
Administrador Diocesano de Zacapa
+ Axel Mencos Méndez
Administrador Diocesano de Quiché
+ Víctor Hugo Palma Paúl
Obispo Coadjutor de Escuintla
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Guatemala
ORACIÓN
Señor y Dios nuestro,Padre, Hijo y Espíritu Santo, tú que conduces la historia humana,derrama tu gracia abundantesobre nuestra Guatemala.Hoy te lo pedimos con fepor intercesión del Hermano Pedro:tu siervo humilde y misericordioso.- Que siguiendo su ejemplo, sepamos encontrar a Jesucristo, en todos aquellos que necesitanel consuelo cercano del amory la luz firme de la esperanza.- Que nunca cerremos el corazóna los hermanos más pequeñospresencia tuya, que encontraremosen tu venida al final de los tiempos
cuando nos digas:Lo que hicieron con ellos, conmigo lo hicieron.- Que la visita del Papa Juan Pablo II,el amado sucesor de Pedroasegure en nosotros la unidad y la paz, y confirme nuestra fe,siempre pequeña y necesitada de tu perdón.Te lo pedimos también por intercesión de María Santísimay de nuestros mártires, testigos de tu amor.Para que así resplandezca, Padre bueno,en todos los guatemaltecos la esperanza que nace de la solidaridad:semilla fuerte e invencible por tu gracia,de una Guatemala distinta. Tú que vives y reinas,por los siglos de los siglos.Amén.
Siglas
CA Encíclica de Juan Pablo II, Centessimus annus. (1 de Mayo, 1991)
CAIC Catecismo de la Iglesia Católica (11 de Octubre, 1992)
CDC Código de Derecho Canónico (25 de Enero, 1983).
CT Carta Pastoral Colectiva del Episcopado Guatemalteco, El Clamor por la tierra. (29 de febrero de 1988).
ChL Exhortación apostólica de Juan Pablo II, Christifideles laici. Sobre la misión de los laicos en la Iglesia (30 de Diciembre, 1988).
DM Encíclica de Juan Pablo II, Dives in misericordia. Sobre la misericordia divina (30 de Noviembre, 1980).
DP IIIª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla. (Marzo, 1979).
EinA Exhortación apostólica de Juan Pablo II, Ecclesia in America (22 de enero, 1999).
"Escritos" PEDRO DE BETANCUR, Escritos del Beato Hermano Pedro de San José Betancur, Ciudad de Guatemala, Provincia Franciscana "Nuestra Señora de Guadalupe", 2001.
EV Encíclica de Juan Pablo II, Evangelium vitae. Sobre el valor y carácter inviolable de la vida humana (25 de marzo, 1995).
GS Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudiun et spes. Sobre la Iglesia en el mundo actual (7 de diciembre, 1965).
LG Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium. Sobre la Iglesia (21 de noviembre, 1964).
MD Carta apostólica de Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, sobre la dignidad de la mujer (15 de agosto, 1988).
MJPIIG – 1983 Mensajes de Juan Pablo II en la Visita Apostólica a Guatemala (6 a 9 de marzo, 1983).
MJPIIG – 1996 Mensajes de Juan Pablo II en la Visita Apostólica a Guatemala (5 a 6 de febrero, 1996).
NMI Carta apostólica de Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte. Al concluir el Gran Jubileo del Año 2000 (6 de enero, 2001).
PCP Carta Pastoral Colectiva del Episcopado guatemalteco, Para construir la paz. (10 de junio, 1984).
PP Encíclica del Papa Pablo VI, Populorum Progressio (26 de marzo de 1967).
RH Encíclica de Juan Pablo II, Redemptor hominis. Al inicio de su ministerio pontifical (4 de marzo, 1979).
RM Encíclica de Juan Pablo II, Redemptoris missio. Sobre la permanente validez del mandato misionero (7 de diciembre, 1990).
SC Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia (4 de diciembre, 1983).
SRS Encíclica de Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis. En el X aniversario de la Populorum progressio (30 de diciembre de 1987).
UR Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio. Sobre el Ecumenismo (21 de noviembre, 1964).
UUS Carta encíclica de Juan Pablo II, Ut unum sint. Sobre el empeño ecuménico (25 de mayo, 1995).
UVP Carta Pastoral Colectiva del Episcopado guatemalteco, ¡Urge la verdadera paz! Sobre la reconciliación, la paz y la solidaridad (15 de julio, 1995).
VS Encíclica del Papa Juan Pablo II, Veritatis splendor. Sobre cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia (6 de Agosto, 1993).
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